El rey Guillermo Alejandro de los Países Bajos confesó que no se le dan mal las imitaciones y, en concreto, que a sus hijas les resulta muy divertido escucharle con el tono de voz y las expresiones que caracterizaban a su abuelo materno, el príncipe Bernardo. Fue una de las revelaciones hechas en una serie de podcasts con motivo de su décimo aniversario en el trono con los que el monarca intentó exhibir su faceta más personal.
Probablemente, hoy preferiría no mentar a su antepasado. Porque en los Países Bajos ha causado una honda impresión la noticia de que se ha hallado el carné que confirmaría lo que fue un rumor persistente a lo largo de la vida de Bernardo de Holanda: su pertenencia al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP, en sus siglas germanas), la formación liderada por Adolf Hitler, antes de su matrimonio con la princesa Juliana. Muchos historiadores neerlandeses sostuvieron siempre la certeza de esta mancha en la biografía del aristócrata. Pero su papel durante la Segunda Guerra Mundial, ya como consorte real de los Países Bajos, haciendo frente a la Alemania nazi, le convirtió en una figura de enorme popularidad en su nación de adopción, por lo que los rumores sobre su pasado en las filas del NSDAP no perjudicaron a su imagen pública. Sin embargo, lo que más sorprende de este asunto es que Bernardo de Holanda negó con una insistencia numantina hasta su muerte, en 2004, que tal sambenito fuera cierto: «Puedo declarar con la mano sobre la Biblia que nunca fui nazi. Nunca pagué por ser miembro del partido, nunca tuve un carné del mismo».
Es por ello que ahora lo que muchos ciudadanos lamentan es que el marido de la reina Juliana sostuviera la mentira durante toda su vida en vez de haber asumido su propia biografía y haber protagonizado algún gesto de contrición.
Una copia del carné nazi del príncipe Bernardo se halló en los años 90 en Estados Unidos. Y recientemente se habría encontrado el original, el auténtico, en el archivo personal del propio abuelo del actual rey. El descubridor ha sido Flip Maarschalkerweerd, antiguo director del Archivo Real, quien lo ha revelado esta semana, a la vez que presentaba su libro De Achertblijvers (Los que quedaron atrás). El reputado historiador lleva largo tiempo escudriñando los documentos de los Orange, la dinastía reinante, correspondientes a la II Guerra Mundial, con permiso de Guillermo Alejandro, quien está decidido a que toda la información relativa a sus antepasados con interés histórico esté al acceso del conjunto de la ciudadanía, aunque con ello pueda haber abierto la caja de Pandora, como acaba de ocurrir a las primeras de cambio.
Bernardo de Lippe-Biesterfeld nació en 1911 en el que entonces era el principado alemán de Lippe. Con el fin de la Primera Guerra Mundial, la monarquía fue abolida en este pequeño territorio. El aristócrata conoció a la princesa Juliana de Holanda en 1936, durante los Juegos Olímpicos celebrados en Alemania. El flechazo fue instantáneo. A la entonces reina Guillermina le pareció un candidato adecuado para su heredera, puesto que se trataba de un príncipe de una rancia estirpe de religión protestante, aunque el enlace provocó cierto debate ya que ya existían importantes recelos en los Países Bajos hacia la Alemania hitleriana, que aún no había enseñado todos sus dientes.
Pero los años oscuros en la biografía de Bernardo de Lippe son los inmediatamente anteriores. Esa etapa de juventud en la que se cree que el príncipe estuvo afiliado a varias organizaciones nacionalsocialistas. Sus partidarios le defenderían con el tiempo argumentando que la pertenencia a las mismas resultaba casi obligada en aquellos momentos en determinadas esferas, aunque no se simpatizara con el ideario hitleriano.
La realidad, de hecho, es que, tras su boda con la princesa Juliana en noviembre de 1936, Bernardo se erigió como una figura combativa contra todo lo que oliera a nazismo. No así muchos de sus familiares directos, incluido su hermano menor, que se destacaron hasta el final de la Segunda Guerra Mundial por ser ardorosos partidarios de Hitler.
Ocupación nazi
En los primeros compases de la ocupación alemana de los Países Bajos, en la primavera de 1940, el príncipe alcanzó una gran celebridad mientras organizaba, metralleta en mano, a la guardia real para disparar contra los aviones invasores. Y durante los casi cinco años, en plena contienda, que los Orange debieron vivir exiliados -en el Reino Unido y Canadá-, Bernardo destacó como piloto con la Royal Air Force, participando en varias operaciones de ataque y de reconocimiento sobre territorio ocupado, además de desarrollar una importante labor para organizar el movimiento de resistencia holandesa. Todo ello le convirtió en un auténtico héroe de guerra.
En 1948, Juliana se convirtió en reina, lo que supuso que Bernardo fuera príncipe consorte de los Países Bajos hasta 1980, año en el que la soberana abdicó en su hija primogénita, Beatriz. En el terreno político, el príncipe desarrolló un destacado papel diplomático que le valió una gran popularidad. En lo estrictamente personal, sin embargo, se acabarían conociendo un sinfín de desavenencias en el matrimonio. Están más que documentados algunos largos romances de Bernardo que hicieron tambalear los cimientos de Palacio, sobre todo por la existencia de dos hijas fruto de esas relaciones, a las que el príncipe acabó reconociendo como suyas. Aunque si algo embarró para siempre su reputación fue el escándalo Lockheed, destapado en 1976, cuando se supo que el consorte había aceptado una comisión de más de un millón de dólares de la empresa estadounidense de ingeniería aeronáutica para que influyera en el Gobierno neerlandés en la compra de varios aviones de combate. El caso no llegó a judicializarse por la amenaza de la reina de abdicar si las autoridades del momento lo llevaban a los tribunales.
Ahora se abre otro juicio sobre el príncipe, el de la opinión pública neerlandesa, respecto a una biografía que arroja cada vez más interrogantes.