Los dos hombres más poderosos de la Tierra, Joe Biden y Xi Jinping, se reúnen este miércoles por primera vez en dos años en el lugar que simboliza el futuro de la Humanidad, sus miedos y sus esperanzas: Silicon Valley.

Los dos mandatarios tendrán un encuentro de cuatro horas de duración en el Jardín Filoli, una mansión y jardín de 10 hectáreas situado a media hora en coche (sin tráfico) de los cuarteles generales de la empresa más valiosa del mundo, Apple, del líder de las redes sociales (con permiso de la china Bytedance, propietaria de TikTok) Meta, y de la puerta de acceso a Internet (Alphabet, la dueña de Google). De las tres, sólo Apple está autorizada a operar en China.

El encuentro ha estado rodeado del mayor secretismo posible para evitar protestas, algo a lo que Xi Jinping, que es en esencia presidente vitalicio de una tecnodictadura en la que internet es usado para controlar a la población, tiene alergia.

La cumbre sólo fue confirmada por Pekín el jueves pasado. Hasta el martes por la noche no se supo oficialmente ni el lugar ni la hora exacta de la reunión. El Jardín Filoli, que está abierto al público, tenía esta mañana en su página web un mensaje informando a los visitantes que va a estar cerrado los días 14 y 15 de noviembre «mientras preparamos los salones para las fiestas».

Los mayores rivales estratégicos

Los salones, en realidad, van a ser usados por dos líderes, de 80 y 70 años, que están en horas muy bajas de popularidad dentro de sus países, aunque uno de ellos cuenta con la ventaja indiscutible de que gobierna una dictadura. La gran paradoja, así pues, es que Biden y Xi, que se conocen en persona desde hace más de una década, son los mayores rivales estratégicos del mundo y, sin embargo, esperan que estas cuatro horas les ayuden a mejorar sus respectivas estrellas políticas.

La última vez en que Biden y Xi hablaron cara a cara fue hace exactamente dos años y dos días, en la cumbre del G-20 de Bali, en Indonesia. Lo hicieron en un mundo diferente. Rusia no había invadido Ucrania. Hamas no había lanzado una oleada de matanzas en Israel que había desencadenado una nueva guerra en Oriente Próximo.

Biden llegaba después de haber logrado una inesperada victoria en las elecciones legislativas de aquel año, y con el gobernador de Florida, Ron DeSantis, como posible rival en 2024. Xi lo hacía como máximo líder de un país que estaba sometido todavía a muchos de los confinamientos del Covid-19, pero del que se daba por hecho que, en cuanto diera por finalizada la pandemia, iba a retomar su crecimiento estratosférico e iba a superar en tamaño de su economía al final de la década.

También era un mundo en el que Estados Unidos no había derribado un globo-espía chino que había sobrevolado su territorio durante cinco días, ni lanzado una ofensiva económica sin precedentes para limitar la exportación de tecnologías avanzadas a Pekín. Y en aquel lejano 2022 China acababa de lanzar la mayor construcción de silos de misiles atómicos que el mundo ha visto en 70 años.

Pero eso era hace dos años. Hoy, Biden perdería, según todas las encuestas, la reelección, no frente a DeSantis sino frente a su antecesor Donald Trump. Su campaña sigue fiando la reelección en 2024 a la economía, y por eso a lo largo de este 2023 los miembros de su gabinete han realizado una peregrinación a Pekín, donde han estado el secretario de Estado, la de Comercio, y la del Tesoro.

La consigna de la Casa Blanca es clara: la economía mundial ya tiene puntos de fricción de sobra debidos a problemas geopolíticos -sanciones a Rusia, guerras de Ucrania y Gaza, tensión con Irán, alejamiento de Arabia Saudí- como para encima tensar la cuerda más y desatar una guerra comercial con China. Ésa es una de las razones de este encuentro.

Las banderas de ambos países en la capital china.
Las banderas de ambos países en la capital china.MARK R. CRISTINOEFE

Xi, por su parte, dirige un país que, tras el confinamiento del Covid-19, no ha crecido como se esperaba. Hoy, la situación económica de China es, para muchos, como la de Japón en la década de los 90, cuando ese país -que se suponía que iba a ‘comerse’ también a Estados Unidos- sufrió el estallido de una burbuja del ‘ladrillo’ y un colapso demográfico. Para algunos, sin embargo, China es hoy como la España de 2010, cuando el país entró en un colapso económico por otra ‘burbuja’ especulativa inmobiliaria. Uno de cada cinco jóvenes chinos no tiene trabajo.

En buena medida, la responsabilidad es de Xi. El presidente chino ha cerrado las fronteras, y hecho literalmente desaparecer a algunos de los empresarios de más éxito del país, como Jack Ma, el dueño de Alibaba, que estuvo en paradero desconocido durante cuatro meses en 2020.

Xi Jinping ha hecho todo lo posible para arrancar de raíz el equivalente chino de Silicon Valley y evitar así una tecno-oligarquía que le haga sombra, como le pasa a Biden con parte de los líderes del sector tecnológico estadounidense.

Las trampas en las que ha caído China

En el proceso, se ha llevado por delante uno de los motores de crecimiento de su país. En 2011, el gigante de Wall Street Goldman Sachs predijo que el PIB de China alcanzaría el de EEUU en 2026. En 2022, aplazó la fecha a 2041.

La consultora británica Capital Economics cree que, lisa y llanamente, no lo va a lograr nunca. Xi ha visto cómo China, bajo su mandato, ha caído en las dos trampas que más miedo le daban, según le comentó a Soraya Sáez de Santamaría el 24 de noviembre de 2016. Una es la de Tucídides, que se produce cuando dos grandes potencias no encuentran acomodo en el escenario geopolítico; la otra, la de los ingresos medios, que es el problema que tienen los países para dejar atrás definitivamente la pobreza y entrar en el mundo industrializado.

Así pues, son dos enemigos -uno democrático; otro, cada día más autoritario- debilitados pero que esperan que el otro les salve los que se reúnen en el Jardín Filoli, un sitio propio para las intrigas televisivas, dado que allí se grabó parte de la serie Dinastía, que en la década de los 80 compitió en popularidad con Dallas y el malvado JR.

Con tanto en juego, se espera muy poco. China ha dado señales de apaciguamiento hacia las empresas estadounidenses, como la autorización a que Meta, que tuvo que dejar el país hace nueve años por la censura de las redes, pueda comercializar uno de sus dispositivos de realidad virtual.

Mucho más significativa es la posibilidad de que Pekín levante la prohibición de importación de aviones de Boeing, una empresa que tiene un peso enorme en la balanza comercial de Estados Unidos.

Una cena en San Francisco, casi impuesta por la Casa Blanca, entre Xi y los grandes empresarios estadounidenses -que están dispuestos a comerse con patatas sus ideales democráticos a cambio de operar en el país- podría allanar el camino a un mercado que, para gigantes como Apple o Tesla, es ya el segundo más grande del mundo, solo superado por el de EEUU y muy por delante del de la UE. Pero primero Xi tendrá que aclarar qué quiere China de los inversores extranjeros, que están abandonando el país para irse a otros mercados, más baratos y con menos problemas políticos y geopolíticos, como Vietnam o México.

La «provincia rebelde» de Taiwan

Al margen de eso, no está claro qué va a salir de las cuatro horas de reunión entre Biden y Xi. Biden pedirá a Xi que no interfiera en las elecciones presidenciales de Taiwán del 13 de enero. Una posibilidad difícil de aceptar para el chino, para quien ese país no es más «la provincia rebelde» y en el que, de hecho, interfiere a diario con oleadas de aviones y barcos de guerra que crean una situación prebélica en el Estrecho de Formosa. Pero nadie espera un cambio en el estatus de Taiwán, ni en las demandas chinas ni en las garantías de seguridad cada día más explícitas a ese país de EEUU.

Es posible que ambos lleguen a un acuerdo para prohibir el uso de Inteligencia Artificial (IA) en armas como drones y, sobre todo, en los sistemas de control de la defensa nuclear de ambos países, y que ése sea el primer paso en la dirección de un dialogo estratégico en esa nueva tecnología que va a cambiar el mundo.

Con todo, tanto Washington como Pekín están desarrollando sistemas de IA para la defensa, así que la medida puede ser tan real como lo que se ve en las gafas de realidad virtual que se hacen en Silicon Valley.

Ucrania y Oriente Próximo -donde Pekín apoya a Rusia y simpatiza con Hamas- ocuparán una parte destacada de la reunión, lo mismo que Corea del Norte, un país que no duraría un cuarto de hora si no fuera por el apoyo chino, pero nadie espera grandes progresos. Es probable que haya algún principio de acuerdo en cambio climático aunque, de nuevo, nadie cuenta con ningún avance. Se supone que Biden sacará la cuestión de la democracia, pero con resultados nulos.

Un punto en el que sí hay una posibilidad de mejora de las relaciones es en la comunicación entre las Fuerzas Armadas de ambos países, hasta la fecha inexistente y que, dado el clima de tensión en el Oeste del Pacífico, corre el riesgo de hacer que una confusión acabe un día en una guerra. Lo mismo sucede con la exportación china a México de precursores de fentanilo, una droga cien veces más potente que la morfina que el año pasado causó la muerte de más de 30.000 personas, según cifras oficiales.

La cumbre, así, no parece destinada a alcanzar grandes progresos. Las partes más duras de las relaciones bilaterales quedan para 2024, a cargo del equipo de Biden, dado que en un año de elecciones el presidente estadounidense no va a dejar que le hagan una foto con el de China.

Todo indica que habrá que esperar a las elecciones del año que viene en EEUU para ver qué pasa, aunque nadie tiene ninguna esperanza de que las cosas entre Washington y Pekín vayan a cambiar para mejor en los proximos años. A fin de cuentas, en el Jardín Filoli también se rodó El cielo puede esperar.