• UE Viktor Orban amenaza con reventar el último Consejo Europeo del año si se intenta aprobar la apertura de negociaciones con Ucrania
  • Guerra Zelenski viaja a la desesperada a Washington para tratar de obtener ayuda para Ucrania

Se acaba el tiempo, se acaban las ideas y no hay «ni Plan B ni Plan C». Este jueves y viernes, los jefes de Estado y de Gobierno de los 27 se reúnen en Bruselas en la última cumbre del año y una de las más cargada de simbolismo de los últimos tiempos. Los líderes tienen que decidir si dan el visto bueno para que las negociaciones de adhesión de Ucrania y Moldavia puedan empezar, después de que la Comisión Europea dijera que ambas aspirantes están prácticamente listas. Y tienen que decidir cuánto dinero ‘fresco’ aportar al Presupuesto comunitario, puesto que la batería de crisis desde 2020 ha disparado las necesidades, la ambición y los gastos comunitarios. Y el gran problema es que Hungría bloquea, veta, ambas cosas. «No es como otras veces. Orban juega a menudo este juego en el que amaga, avisa, advierte, pero acabamos encontrando un equilibrio. Ya no. Ha vetado dos veces las conclusiones de inmigración en reuniones al máximo nivel y ahora lo dice con total claridad: la entrada de Ucrania va en contra de los intereses nacionales de su país», resume una alta fuente comunitaria. Y cuando el órdago es tan fuerte, no valen las tácticas habituales.

La cuestión esta completamente estancada. Hace dos semanas, el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, viajó a Budapest para intentar entender la situación, y salió teniendo claro que se había un muro y el choque era inevitable. Instó por eso a todos los líderes a que usaran su influencia, su cercanía, la presión, lo que sea necesario. Orban cenó con Emmanuel Macron hace unos días, ha recibido llamadas de Pedro Sánchez, Kaja Kallas y otros, pero no se mueve. Ni siquiera tras verse en persona con Volodimir Zelenski este fin de semana en Buenos Aires, en la toma de posesión de Milei, en la que no por casualidad coincidieron. Los embajadores de los 27 estuvieron reunidos 12 horas este domingo y las perspectivas no son nada halagüeñas.

La cuestión es doble o triplemente complicada porque Hungría, que esta semana se queda sin su gran aliado polaco (ya que vuelve a Bruselas Donald Tusk y quizás con él el doble escudo para no activar el ‘arma nuclear’ del Artículo 7, que requiere unanimidad, a Budapest se evapore), no sólo veta la adhesión del país, o mejor dicho, el inicio de unas negociaciones que pueden durar años y que necesitarán en todo caso su aprobación más adelante. Lo ha dicho en entrevistas estos días, insistiendo en que «Ucrania es el país más corrupto del mundo», en cartas a Michel y sus colegas. En privado y en todas las reuniones de ministros, sherpas o embajadores en Bruselas. Además, Orban también bloquea la revisión del Marco Financiero Plurianual de la UE, puesto que contempla un fondo de hasta 50.000 millones en asistencia financiera para Ucrania para los próximos cuatro años.

La discusión en sí ya es una pesadilla sin siquiera tocar el tema ucraniano. La Comisión ha pedido 66.000 millones de euros adicionales para los costes de las nuevas políticas, por el aumento del coste de la deuda mancomunada de los Fondos Next Generation, para la crisis migratoria, etc. Y para Ucrania, claro.

La lucha tradicional entre los ortodoxos partidarios de apretarse el cinturón y no incluir aportaciones adicionales, y entre quienes dicen que la única forma de pintar algo en el mundo es hacer una inversión a la altura de las expectativas, queda eclipsada por el ‘no’ de Orban. Las partes siguen negociando como si el veto no existiera, porque es lo único que pueden hacer. Pero asumen que no habrá acuerdo de fondo este lunes por la noche, cuando los embajadores intenten además resolver el 12º paquete de sanciones a Moscú, que para variar incomoda a Budapest, siempre atenta a las sensibilidades rusas. Ni el martes en el Consejo de Asuntos Generales, que es el que está preparando el Consejo Europeo. «Será a nivel de líderes o no será», resumen fuentes diplomáticas.

La clave está, sin embargo, en lo que pase el miércoles, en la víspera. Ese día se espera que la Comisión Europea pueda desbloquear una parte de los fondos que Hungría tiene congelados. Son muchos miles de millones los que están esperando, tanto los de Next Generation como de Cohesión, ya que se ha aplicado por primera vez en la historia a Hungría y Polonia el Mecanismo de Estado de Derecho. El país, dicen fuentes comunitarias, ha hecho muchos avances en el último año, aprobando legislación, aplicando reformas, ofreciendo más garantías. Pero el ‘timing’ es cualquier cosa menos casual. Hay un veto, hay intereses económicos muy fuertes, y la única forma de intentar suavizar su posición es abriendo el frigo. No es quizás suficiente, pero parece inevitable para empezar.

La cuestión es hasta dónde puede llegar. Altas fuentes europeas dicen que «Orban no es un conductor suicida. Es alguien inteligente, hábil, que siempre tiene un plan y algo que sacar». No creen que vaya a inmolarse por el placer de hacerlo. Tensará y quizás no ceda, pero no es una locura», apuntan. Otros actores implicados son más escépticos. Orban ha pasado de hablar de los derechos de la minoría magiar en Ucrania a «intereses nacionales».

Es un cambio de nivel, de retórica. «¿Cómo se convence a alguien que dice algo así?», se preguntan los negociadores estos días. Viendo cómo ha multiplicado sus intervenciones, que está enviando emisarios a Washington para alinearse con el sector ultra del Partido Republicano para que también frenen la ayuda a Ucrania, y que el nivel de insultos, desprecios y agresiones está en un récord hasta para sus estándares, parece complicado ser optimista. Puede que simplemente retrase las decisiones unas semanas (no hay alternativa para la adhesión pero sí, quizás, para el dinero), puede que sólo haga ruido o que Moldavia sí recibe luz verde, pero también puede que esté dispuesto a reventar no sólo la Cumbre, sino la forma en que se toman todas las decisiones de ahora en adelante. Y para eso sí hace falta un Plan B o un Plan C.