Fue una estruendosa derrota. Pese a perder en las grandes ciudades y en casi todo el país, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, no reconoció este lunes su fracaso. En la red social X, alardeó de haber ganado en nueve departamentos, así como en las alcaldías en una veintena de pueblos de Nariño, en su mayoría cocaleros y con fuerte presencia de las guerrillas.
Omitió que el Pacto Histórico sólo conquistó en solitario dos de 32 departamentos. Nariño, fronteriza con Ecuador, y el caribeño Magdalena le dieron un respiro en la aciaga noche del domingo. El resto de ayuntamientos los logró en alianza con distintos partidos, no todos de izquierda.
En Bogotá, donde Petro fue alcalde, recibió un duro golpe. Su candidato quedó relegado al tercer lugar.
«Hay una dinámica territorial propia donde poco influye la percepción sobre el Gobierno nacional y donde pesan más las maquinarias políticas. Sin embargo, es muy significativo que en plazas clave como Bogotá, Medellín, Cali, Cartagena o Barranquilla hayan sido elegidos no sólo personas ajenas a su grupo político, sino que han expresado manifiestamente su rechazo y oposición al Gobierno», explica a EL MUNDO el analista Gabriel Cifuentes. «¿Las causas? Hay un poco de todo. Desgobierno, inseguridad, falta de diálogo, expectativas frustradas y una serie de escándalos que resquebrajaron la promesa de cambio», añade.
En la capital venció el centrista Carlos Fernando Galán, que a sus 49 años concurría por tercera vez y lo hacía con Nuevo Liberalismo, la formación política de su padre, Luis Carlos Galán, asesinado en 1989 y favorito en aquellas elecciones. El magnicidio elevó su figura a los altares, y su hijo siempre quiso recoger su testigo.
Consciente de que Bogotá es la joya de la corona, Petro intentó ayudar a su alfil, Gustavo Bolívar, ex senador y famoso guionista de series de televisión, aunque en Colombia los cargos públicos tienen prohibido participar en las campañas.
Prometió financiar el metro en su totalidad si los bogotanos votaban por cambiar el diseño actual de tren en superficie a subterráneo. Pero el tiro le salió por la culata. Los votantes optaron por un aspirante moderado que prefiere el consenso a la pelea y que dará continuidad a la obra de un medio de transporte que esperan desde 1957.
Tampoco logró frenar a sus opositores en Cali y Barranquilla, dos de sus bastiones electorales. En la ciudad costeña, donde reside su hijo Nicolás, volvió a barrer el empresario Alejandro Char, otro centrista que había aspirado a la Presidencia, con el 73%. Le siguió el socialista, con un escuálido 9%.
Si bien el llamado clan Char encadena victorias desde 2008, los petristas confiaban en recortar distancias. Pero el escándalo de corrupción de Nicolás Petro, persona clave en las campañas de su padre en dicha ciudad, tuvo más incidencia que la detención del hermano del futuro alcalde. Arturo Char espera tras las rejas el juicio por su presunta participación en la elección fraudulenta de la senadora Aída Merlano en 2018.
En Antioquía y su capital, Medellín, que solía votar a la derecha uribista hasta las pasadas elecciones, el Gobierno sufrió otro revés. Las encuestas pronosticaban la victoria de Federico Gutiérrez, rival de Petro en las presidenciales. Para evitarlo, el alcalde, Daniel Quintero, un petrista de pura cepa, dejó el Ayuntamiento en agosto para dedicarse de lleno a la campaña de su candidato, Juan Carlos Upegui. Todo fue en vano: el resultado final fue un 73% contra el 10%.
El Ayuntamiento antioqueño fue a parar a manos del Centro Democrático. Andrés Julián Rendón dio la sorpresa y devolvió al uribismo la plaza de sus entrañas.
Para Carlos Arias, consultor en comunicación política, la avalancha twittera de Petro a favor de Palestina y en contra de Israel, en los días previos a los comicios, pudo perjudicarle porque «dejó ver a un presidente más preocupado por asuntos de política exterior que por los problemas internos».
Igual que «la megalomanía presidencial y la campana de resonancia de sus simpatizantes, funcionarios del Gobierno, congresistas del Pacto Histórico e influenciadores, contratados para aplaudirlo constantemente en las redes sociales, aumentan la ceguera presidencial y radicalizan un discurso que la gente rechazó con votos de hastío», dijo a este diario.
A su juicio, «los colombianos han evidenciado que el presidente sigue siendo, en muchos temas, un activista y no un gobernante que resuelve. Y los cambios no pueden esperar 200 años».
Rodrigo Pombo, abogado y defensor de derechos humanos, por su parte, achaca el «desplome del Pacto Histórico al desencanto por tanta mentira, cinismo e ineficiencia. La gente quiere resultados claros y ven que el Gobierno y el Pacto Histórico no representan ningún cambio positivo, sino que simbolizan la violencia de clase, la corrupción política y el abuso del poder». Y agrega que «la inexperiencia, la ineptitud y el populismo cínico les pasó la cuenta electoral».
A pesar de los malos resultados, Carlos Arias no cree que el mandatario vaya «a modificar el rumbo» y Gabriel Cifuentes anticipa que, en el Senado, la cámara legislativa más importante, «será difícil que sean sordos ante un electorado cada vez más desencantado con el Gobierno y comenzarán a pensar en las elecciones de 2026. Petro tendrá una gobernabilidad limitada, frágil y condicionada a la capacidad de negociar granjeando voto a voto».