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Reunión interreligiosa del Papa en Mongolia y mensajes para China: los gobiernos "no tienen nada que temer" de la Iglesia católica

  • Vaticano El pequeño rebaño católico de Mongolia que visitará el Papa en un viaje con una importante estrategia geopolítica

Pisando la moqueta azul del Teatro Hun de Mongolia había un variopinto grupo de hombres engalanados con los trajes tradicionales de los credos a los que representaban: cristianismo, budismo, islam, judaísmo, sintoísmo y chamanismo. La fotografía del domingo fue colorida. Aunque el foco principal estaba puesto en el invitado estrella, el Papa Francisco. «Las religiones tienen una gran responsabilidad de promover la paz y la armonía en un mundo desgarrado por el conflicto y la discordia», dijo el Pontífice.

Cuando el Papa aterrizó el viernes temprano en la capital, Ulán Bator, en la pista apareció una mujer vestida con un traje rojo mongol que se acercó al líder de la Iglesia católica, quien iba en silla de ruedas, para ofrecerle una tarrina con yogurt casero, un gesto habitual de bienvenida para las personalidades internacionales que visitan este remoto país. «Mongolia hay que entenderla con los sentidos. Es un pueblo pequeño, pero con una gran cultura», dijo Francisco unas horas antes a los periodistas que lo acompañaban en un vuelo nocturno de 10 horas que partió desde Roma.

Nunca antes un Papa había puesto un pie en esta nación sin salida al mar que está anclada entre Rusia y China. Era una visita histórica. Y extraña si se tiene en cuenta que, en Mongolia, hogar de 3,3 millones de personas, apenas viven 1.400 católicos. Pero este era mucho más que el clásico viaje apostólico de Bergoglio: su proximidad, tanto territorial como diplomática, con Pekín y Moscú, así como su rica tierra en minerales críticos para la tecnología que tanto atrae a las potencias occidentales, hacen que Mongolia sea una calculada parada dentro del tablero geopolítico.

Como marca el protocolo del Vaticano cada vez que el Papa sobrevuela un país extranjero, Francisco envió una afectuosa nota de saludo al presidente de China, Xi Jinping. «Saludos de buenos deseos a su excelencia y al pueblo de China. Asegurándoles mis oraciones por el bienestar de la nación, invoco sobre todos ustedes las bendiciones divinas de la unidad y la paz», rezaba la misiva.

Un gesto importante teniendo en cuenta que son inexistentes las relaciones bilaterales entre Pekín y el Vaticano, uno de los pocos estados que reconoce la soberanía de Taiwan, a lo que se suma los muchos desacuerdos que están teniendo por la ordenación de obispos en base a un acuerdo firmado hace cinco años.

En China, para abrazar la fe católica con libertad, hay que rendir pleitesía al Partido Comunista (PCCh) y no al Papa. La Oficina de Asuntos Religiosos de Pekín estableció esta directriz en 1957 para controlar las actividades de los católicos. Para ello se creó la Asociación Patriótica Católica, a la que se debían de inscribir para continuar con su culto. Además, tradicionalmente, el PCCh ha sido el único con poder para nombrar obispos.

En la segunda potencia mundial hay oficialmente alrededor de 12 millones de cristianos. Aunque, en la clandestinidad, hay millones más de fieles que no aceptan el control de Pekín y que celebran sus liturgias en iglesias no reconocidas. En todo el país solo hay 138 diócesis dirigidas por 79 obispos elegidos por la Asociación Patriótica. Pero en 2018, el Vaticano firmó un acuerdo histórico, renovado el año pasado, por el que la Santa Sede reconoce a algunos de estos obispos seleccionados por los comunistas.

En palabras que parecían dirigidas a China, Francisco dijo el sábado que los gobiernos no deberían temer a la Iglesia Católica porque no tiene una agenda política. «Los gobiernos y las instituciones seculares no tienen nada que temer de la obra de evangelización de la Iglesia, porque ella no tiene una agenda política que promover, sino que está sostenida por el poder silencioso de la gracia de Dios y un mensaje de misericordia y verdad, que está destinado a para promover el bien de todos», afirmó.

Mongolia, de mayoría budista y que formó parte de la vecina China hasta 1921, mantiene muy buenas relaciones con Pekín, por lo que hay quien piensa que el viaje podría utilizarse como un trampolín que reconduzca las siempre ásperas relaciones entre el Vaticano y la segunda potencia mundial. Muchos católicos chinos, al igual que rusos, han estado cruzando hasta Ulán Bator para asistir a los distintos eventos en los que ha participado el jesuita de 86 años.

En su discurso oficial, el Papa Francisco lanzó delante del presidente mongol, Ukhnaagiin Khürelsükh, un llamado a la paz en el mundo: «Que las oscuras nubes de la guerra se disipen, barridas por el firme deseo de una fraternidad universal en la que las tensiones se resuelvan mediante el encuentro y el diálogo y se garanticen los derechos fundamentales de todos los pueblos».

El Pontífice también recordó que, aunque las relaciones diplomáticas modernas entre Mongolia y la Santa Sede tienen sólo 30 años, sus primeros contactos se remontan al siglo XIII, en plena expansión del Imperio Mongol. «Aquí, en este país tan rico en historia y abierto al cielo, luchemos juntos por construir un futuro de paz«, continuó Francisco.

Durante su viaje, que concluirá el lunes, el Papa ha elogiado a los «ganaderos y plantadores del país que respetan los delicados equilibrios del ecosistema«. Al actual éxodo rural masivo por el cambio climático, se le juntó el frenazo del boom minero (es una tierra rica en cobre, carbón, litio, níquel y oro) durante la pandemia, lo que agudizó los problemas de esa cuarta parte de la población que vive por debajo del umbral de la pobreza. El Papa afirmó que la tradición de Mongolia de vivir en armonía con la naturaleza y sus criaturas «puede contribuir significativamente a los esfuerzos urgentes e inaplazables para proteger y preservar el planeta Tierra».

El domingo, durante el evento interreligioso en el Teatro Hun, Francisco destacó sobre todo el papel de las comunidades budistas porque «conceden la fuerza necesaria para transformar las heridas oscuras en fuentes de luz, la violencia sin sentido en sabiduría de vida, el mal devastador en bondad constructiva».