En septiembre de 1960, 15 años después de la catástrofe nuclear de Hiroshima y Nagasaki, Robert Oppenheimer viajó a Japón. El padre de la bomba atómica no pisó ninguna de las dos ciudades bombardeadas por Estados Unidos. Se quedó en Tokio y en Osaka, donde le habían invitado para impartir unas conferencias. Pero lo que el físico sí que hizo fue celebrar una rueda de prensa para un escueto grupo de periodistas japoneses a sabiendas de que no iban a ser nada fáciles de responder las preguntas que le caerían.
– «Me gustaría pedirle, aunque la pregunta puede ser un poco ingenua, que diga algunas palabras sobre sus sentimientos al venir a Japón como hombre responsable del desarrollo de las bombas que se lanzaron sobre Hiroshima y Nagasaki».
(Vestido con traje y fumando su habitual pipa, Oppenheimer sonrió al periodista, le contestó rápido que ni mucho menos se trataba de una pregunta ingenua y se tomó unos segundos para soltar una reflexión) «No creo que venir a Japón haya cambiado mi sentido de angustia sobre mi papel en toda esta parte de la historia. Tampoco me ha hecho arrepentirme por completo de mi responsabilidad por el éxito técnico de la empresa. No es que no me sienta mal. Es que hoy no me siento peor que anoche.
El 78º aniversario de la bomba atómica que lanzó el Enola Gay sobre Hiroshima dejando 140.000 muertos ha coincidido con el boom mundial de la película de Christopher Nolan que aborda la figura del científico estadounidense que dirigió el Proyecto Manhattan, el plan de investigación y desarrollo de las primeras armas nucleares, entre ellas Little boy y Fat Man, las bombas que cayeron sobre Japón, donde el film de Oppenheimer curiosamente continúa sin fecha de estreno.
¿Una película demasiado sensible para el público japonés? No lo cree así Peter C. Pugsley, experto en la gran pantalla nipona y profesor de Cine en la Universidad de Adelaide (Australia), quien recuerda que son muchos los cineastas japoneses los que han explorado lo sucedido durante la Segunda Guerra Mundial.
«En 1953 se estrenó Hiroshima de Hideo Sekigawa, un docudrama muy crítico con Estados Unidos que incluía a supervivientes reales de la explosión nuclear actuando como víctimas. Otra película que recibió muchos premios fue Black Rain de Shhei Imamura (1989), que hace referencia al color de la lluvia ácida que siguió a la explosión nuclear en Hiroshima», explica Pugsley. «El anime también ha mostrado directamente el daño causado por el dispositivo de Oppenheimer», añade.
Analistas como Gearoid Reidy, de la cadena especializada en Asia CNA, opinan lo importante que sería que Japón diera luz verde a la proyección de Oppenheimer para reabrir un debate muy necesario en la sociedad. «Siempre y cuando el público pueda expresar su opinión sobre la película, tal vez se desencadene un debate sobre la postura ambigua, si no contradictoria, de Japón hacia las armas nucleares, una tecnología a la que se opone públicamente, pero de la que depende simultáneamente para su supervivencia en un mundo cada vez más hostil. Mientras el país se prepara para un cambio histórico en el gasto de defensa, ahora es el momento de ese debate», apunta.
Concretamente, Reidy se refiere al rearme histórico que ha anunciado este año Tokio, que poco a poco va rompiendo con su política pacifista heredada de la posguerra, en un momento además de especial convulsión geopolítica (y temor nuclear) a nivel global. Rusia amenaza con usar sus armas nucleares tácticas en Ucrania y China expande su armamento nuclear; Corea del Norte avanza en su programa atómico y los submarinos nucleares estadounidenses están estacionando por primera vez en 40 años en los puertos de la vecina Corea del Sur.
«La única garantía contra el uso de armas nucleares es su completa abolición. Sin embargo, las potencias del mundo continúan expandiendo y modernizando sus arsenales y reafirmando el papel de las armas nucleares dentro de su planificación de seguridad», subraya la ex presidenta irlandesa Mary Robinson, quien actualmente dirige un grupo de influencia internacional, The Elders, que fue fundado por Nelson Mandela y que lleva tiempo proponiendo una agenda para el desarme nuclear.
«El riesgo del uso de las armas nucleares es más alto que en cualquier otro momento desde la guerra fría. El panorama general es que hemos tenido más de 30 años de caída de la cantidad de ojivas nucleares, y vemos que ese proceso está llegando ahora a su fin», advertía Dan Smith, investigador del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI), durante la presentación de un estudio reciente que señalaba que Estados Unidos y Rusia siguen acaparando casi el 90% de todas las armas nucleares. «El mundo está a la deriva en uno de los períodos más peligrosos de la historia de la humanidad», insistía Smith.
«Si bien hay buenas razones para estar alarmados por los peligros actuales, no debemos caer en la desesperación. La historia nos muestra que se puede avanzar para reducir los riesgos nucleares a través de la cooperación internacional, como esperaba Oppenheimer», destaca Robinson tratando de rebajar un poco las agoreras previsiones de muchos expertos. «El número de armas nucleares ha disminuido de unas 65.000 a mediados de la década de 1980 a unas 12.500 en la actualidad gracias al histórico Tratado sobre la no proliferación redactado hace 50 años».
El pasado mayo se celebró precisamente en Hiroshima una muy simbólica cumbre del G7. En uno de los recesos de las reuniones, los líderes de las democracias más avanzadas del mundo dieron un paseo de media hora por el museo de la Paz, donde se guardan miles de fotos y artículos que incluyen ropa quemada y andrajosa, mochilas carbonizadas y restos de cabello humano. Allí tuvieron una guía de lujo, Keiko Ogura, una anciana de 85 años que es una de las supervivientes de una explosión que tuvo su epicentro exactamente a 2,4 kilómetros de su casa. Ogura, testigo directo de la primera bomba atómica de la historia, rogó a los líderes que hicieran todo lo posible para que la humanidad nunca vuelva a experimentar un desastre nuclear.