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Quién. El que ha sido primer ministro de Luxemburgo los últimos 10 años participó la semana pasada en su último Consejo Europeo, el 92º, tras no lograr una mayoría suficiente en las recientes elecciones del Gran Ducado.

Qué. Lo más probable es que siga en el Gobierno, pues el país sólo se puede gestionar, como todo el Benelux, con pragmatismo, flexibilidad, mente muy abierta y a través de coaliciones impensables en el resto del planeta.

Después de 10 años como primer ministro, asumiendo el reto de suceder a un gigante avasallador como Jean-Claude Juncker al frente del Gobierno de Luxemburgo, Xavier Bettel se ha visto obligado a dar un paso al costado tras perder las elecciones. La llegada de Luc Frieden supone también decir adiós a la silla del Consejo Europeo, donde era ya uno de los miembros más veteranos. «Hoy es mi última cumbre. Ha sido un honor representar a mi país en la UE y quiero dar las gracias a todos aquellos con quienes tuve el privilegio y el placer de trabajar. Los extrañaré a todos. XB», tuiteó con un selfie rodeado de una decena de líderes sonrientes.

Bettell abogado, ex concejal, ex échevin, ex diputado, primer gay al frente del Ejecutivo del Gran Ducado es sin duda el más belga de entre todos los no belgas de la política mundial. Por matrimonio, ya que su pareja es un arquitecto valón. Por esa mezcla extraña de valores liberales, universalistas y locales. Por sus contradicciones, improvisaciones y giros diarios. Por su flexibilidad y pragmatismo. Por la mezcla de gravedad y frivolidad. Por dar lecciones haciendo como si los ingresos del Ducado no fueran por ser lo que es. Por esa capacidad única del Benelux de generar políticos que entienden que no hay nada, absolutamente nada, imposible. Que todo puede resolverse con apertura de mente, paciencia y parches. Que todo puede conseguirse pasando las suficientes horas discutiendo, con creatividad y sin fundamentalismo ideológico o económico.

Bettell es un católico practicante perfectamente cómodo con las instituciones milenarias, pero que se puso firme sobre la separación Iglesia-Estado. Un liberal en casi todo, pero conservador en lo de la familia, alguien a quien el matrimonio le parecía tan importante por los derechos como por sus creencias. Ser belga, o luxemburgués, significa nadar como pez en el agua en donde la mayoría se ahogaría desesperado. Significa ver una vía cuando el resto sólo encuentra puertas cerradas. Supone formar inevitablemente parte de coaliciones. Allí donde, como dice un amigo, los troskistas serían el equivalente a los votantes de Macron en Francia, pueden estar en un mismo equipo el BNG, Ciudadanos y Sumar, o PP, PSOE y ERC sin que a nadie le resulte una blasfemia, una locura.

Ser belga, en Bélgica, Luxemburgo o cualquier otra parte, significa en política y relaciones públicas romper todos los corsés. Significa tener una ambición, un ego o una candidez infinita que te lleva a intentar jugar en divisiones que están por encima de tu peso, indiferentemente del tamaño de tu PIB o población. Significa meterse en todos y cada uno de los fregados, no rendirse a la evidencia. Encontrar la forma (ser simpático) de hacerte un sitio. Bettell viene de un país diminuto que ha dado presidentes de la Comisión, en plural. Que ha tenido y tiene peones al frente de otras instituciones comunitarias. Que se mueve y se comporta como si fuera francés o alemán.

El saliente, que se quedará de ministro sin problemas con anillos caídos, entendió que la mejor, la única forma de que su voz fuera escuchada era participar siempre, algo que deberían aprender los españoles. Ante las cámaras en tres idiomas, mojándose, con bromas (como responder a las llamadas a los teléfonos de los periodistas durante una rueda de prensa), con frases pegadizas que serán recogidas. Los belgas, como los vascos, nacen donde les da la gana. Pero se mueven mejor.