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  • Monarquía El riquísimo y extravagante sultán de Johor, nuevo rey de Malasia
  • Corona El nuevo rey de Malasia sube al trono

Entre los máximos honores militares y con la asistencia de miembros de las nueve familias reales de la nación y de las principales autoridades políticas, el gran salón del trono del Palacio Nacional de Kuala Lumpur acogió este miércoles la ceremonia de proclamación del nuevo rey de Malasia. El sultán de Johor, Ibrahim Iskandar (65 años) se convirtió en el 17º Agong -el título real- desde que la nación del sudeste asiático se independizó de Londres en 1948. Estamos ante la única Monarquía electiva rotatoria del mundo. Los reyes ostentan la jefatura del Estado durante periodos no prorrogables de cinco años, tras ser elegidos para el cargo en una votación en la que participan los nueve sultanes con los que cuenta Malasia -confederación de 13 estados y tres territorios federales, con más de 30 millones de habitantes-.

Con uniforme militar de gala y un sable ceremonial de oro en la mano -el nuevo rey asume el alto mando de las Fuerzas Armadas-, Ibrahim Iskandar juró su cargo ante el primer ministro, con esta promesa en su discurso de proclamación: «Con toda mi capacidad, preservaré en todo momento el islam y defenderé firmemente una administración justa y la paz en el país«. Los sultanes malayos tienen, entre sus prerrogativas, la de ser líderes espirituales de la rama del islam local, algo que como subrayan los especialistas ha supuesto un muro de contención en la nación contra la propagación del extremismo religioso que afecta a otros territorios vecinos.

Ibrahim Iskandar es el soberano de Johor, uno de los estados más pujantes del país. Y es bien conocido por ser uno de los monarcas más ricos del globo -su fortuna personal supera los 750 millones de euros, según Forbes– y también más excéntricos -la flota real en su sultanato cuenta con más de 300 vehículos, por poner un ejemplo de sus caprichos-. Pero, más allá, el nuevo rey viene siendo desde hace años una figura especialmente influyente en la política nacional, que nunca ha dudado en hacer declaraciones de alto voltaje dirigidas a la élite dirigente y que cuando menos desbordan la exquisita neutralidad que se antoja propia de los monarcas de democracias parlamentarias como el caso que nos ocupa.

Y al trono el 17º Agong llega apuntando maneras. Porque, desde que fue elegido para el cargo en octubre, ha deslizado en varias entrevistas a medios extranjeros su intención de hacer todo lo posible para que, como rey, su papel vaya más allá de lo estrictamente ceremonial. El Gobierno y los políticos de Kuala Lumpur tienen claro que no va con el carácter de Ibrahim Iskandar comportarse como un jarrón chino, limitarse a ser «un sello de goma», en sus propias palabras.

Por lo pronto, entre esa ampliación de competencias que desearía asumir el recién investido monarca, ha instado a que los responsables de la Comisión Anticorrupción de Malasia y de Petronas -la estratégica corporación estatal malaya de petróleo y gas, fundamental para la economía nacional- le reporten directamente a él en vez de hacerlo, como hasta ahora, al Parlamento. Así lo deslizó semanas atrás en una entrevista al Straits Times de Singapur. No está claro si su petición caerá o no en saco roto. Pero el rey inicia sus cinco años de mandato con la promesa de que se va a convertir en el gran azote contra la corrupción en Malasia. Y no ha dudado en verter acusaciones contra los políticos y los partidos que prometen megaproyectos a ricos benefactores que a cambio sufragan las campañas, germen de buena parte de la corrupción institucionalizada en el país -algo nos suena también por estos lares-. De ahí la preocupación del monarca, que ha declarado que va a ser un «cazador de corruptos», por tener una interlocución directa con el organismo anticorrupción de la federación.

Los reyes de Malasia tienen similares funciones a las de los monarcas parlamentarios occidentales. Símbolos de la unidad de la federación, ejercen un rol fundamentalmente simbólico, el alto mando de las fuerzas armadas y un destacado papel de diplomacia internacional. Pero los expertos en el país asiático subrayan que en los últimos años se han visto obligados a desempeñar un papel más proactivo en el engranaje político. De hecho, el reinado de Abdullah, sultán de Pahang, el predecesor de Ibrahim Iskandar, se ha caracterizado por el mayor periodo de inestabilidad en la historia reciente de Malasia, y el soberano ha tenido que estirar al límite sus prerrogativas constitucionales. En lo político, porque el último lustro ha estado dominado por una gran fragmentación política y varias crisis de gobierno. El rey, sin ir más lejos, se vio obligado a mediar tras las elecciones de 2022, en las que ninguna facción obtuvo mayoría suficiente, para ahormar una -frágil- alianza de partidos que sostienen al actual primer ministro, Anwar Ibrahim. Y, en lo económico, la pandemia de coronavirus ha golpeado con dureza las finanzas estatales, y el monarca también ha desplegado una mayor acción exterior en busca de inversiones y de punta de lanza de las empresas locales para abrirse nuevos mercados.

Papel del trono

El deseo ahora del nuevo rey es justamente profundizar en el papel del trono, lo que está generando un apasionado debate entre constitucionalistas malayos acerca de hasta dónde puede estirar las costuras del cargo. Los analistas advierten de posibles fricciones tanto con el jefe del Gobierno como con el Parlamento por su vocación a entrometerse en política.

Aún truena la advertencia de Ibrahim Iskandar el pasado mayo a los diputados: «Ya es suficiente», les abroncó, en referencia a las maniobras partidistas para desestabilizar el Gobierno. «Esto no es saludable para la nación, ni social ni económicamente, ni siquiera para nuestra posición internacional. Suficiente es suficiente. ¿Cuánto más tiempo tendrán que soportar los 30 millones de habitantes de nuestro país? La economía debe recuperarse y los políticos deben dar prioridad a la prosperidad de Malasia», advirtió a los representantes de un pueblo cada vez más desencantado con la polarización y con su dirigencia.