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La política de la identidad en su estado más puro vota esta noche en Michigan, que en la Segunda Guerra Mundial fue ‘la fábrica de la democracia’ por la capacidad industrial de su principal ciudad, Detroit, para fabricar armas y que hoy es una amalgama de culturas políticas divergentes y en transición.

Las paradojas son dos: votantes árabes allanando el camino a la Casa Blanca a un candidato, Donald Trump, que estableció cuando ocupó la Casa Blanca varios sistemas para prohibir la entrada a EEUU de ciudadanos de países musulmanes, y obreros afiliados a sindicatos votando en contra del primer presidente en la Historia de EEUU que ha visitado un piquete, y del primer mandatario en ocho décadas que ha mostrado simpatía hacia el movimiento sindical.

Los árabes allanando el camino a Trump se resume en una palabra: Gaza. El apoyo irrestricto de su Gobierno a la ofensiva lanzada por Israel después de los salvajes atentados del 7 de octubre en ese territorio ha destruido su reputación entre el aproximadamente 3.1% de la población es de origen árabe, según el diario local ‘Detroit Free Press’. En las elecciones de 2020, votaron unos 240.000 árabes. En su inmensa mayoría, todos lo hicieron por Biden, que ganó en ese estado por apenas 150.000 votos. Si esos 240.000 votantes de origen árabe se quedan en casa o apoyan al candidato independiente de izquierda Cornell West, Biden corre el riesgo de tener que decir adiós a la victoria en Michigan.

La oposición llega a las filas de su propio partido. La representante demócrata por Michigan Rashida Tlaib, que desciende de palestinos y es una de las cinco lideresas de la izquierda demócrata, ha pedido a los votantes de ese partido que voten «no comprometido» («uncompromised») en las primarias. Dado que éstas son virtualmente un test de popularidad de Biden, si sale un porcentaje elevado de papeletas con esa palabra, supondrá un golpe psicológico duro para la campaña del presidente. Michigan es, además, uno de los siete estados clave en las elecciones de noviembre. Y ni Joe Biden ni Donald Trump pueden permitirse el lujo de perder un voto allí.

Entre los sindicatos, la situación es confusa. Biden ha apoyado a la central United Auto Workers (Trabajadores del Automóvil Unidos, o UAW), del sector de la automoción -la principal industria del estado- en su épica huelga contra los llamados ‘tres grandes’ fabricantes de automóviles estadounidenses, General Motors, Ford y Stellantis (aunque esta última es franco-italiana y tiene su sede en Países Bajos para reducir su factura fiscal). Su respaldo ha llegado al extremo, altamente simbólico, de plantarse en un piquete de huelguistas para expresar su respaldo al sindicato, algo que no había hecho nunca ningún presidente estadounidense.

La huelga de UAW logró concesiones inimaginables de los fabricantes automovilísticos, y se suma al hecho de que las leyes de Biden para relanzar la producción industrial y tecnológica en EEUU demandan que las empresas que se beneficien de las ayudas del Estado acepten el derecho de sus trabajadores a unirse en sindicatos, algo que en EEUU no es un derecho laboral reconocido en todo el país. También disparó a la fama al presidente de la central, Shawn Fain. Ahora, el sindicato está yendo a por los fabricantes de coches eléctricos, en especial Tesla, que no permiten que sus trabajadores se organicen. La empresa que dirige Elon Musk ha perdido varios casos en los tribunales por discriminación laboral y racial.

Sin embargo, una parte de los afiliados a los sindicatos discrepan de la política de Biden en materias como inmigración, colectivo DGTBQ+, derechos de las mujeres, y, en general, el estilo del presidente y de su equipo. Eso crea una división entre la dirección de las centrales y los obreros. En el caso de UAW esa división es patente, aunque no tanto como en el del sindicato de los camioneros, los famosos Teamsters, a menudo vinculados a la mafia y protagonistas de infinitas películas de Hollywood por sus vínculos con la mafia, donde existe una clara fractura entre los líderes y sus afiliados. Ese voto blanco obrero es una de las razones de la popularidad de Trump, y ningún estado refleja ese campo de batalla tan claramente como Michigan.