- Europa Cumbre europea en Bruselas: de la «urgencia, intensidad y determinación en Ucrania» a un «alto el fuego sostenible» en Gaza
La Unión Europea sabe que tiene que gastar más en Defensa, pero no todos tienen la misma prisa y urgencia. La UE sabe que tiene que poner mucho dinero sobre la mesa, pero unos querrían hacerlo a través de eurobonos, otros con la ayuda del Banco de Inversiones y otros sólo con aportaciones nacionales, como siempre. Hay quienes no quieren ayudar más a Ucrania y quienes piden enviar soldados europeos, miles de instructores, a Kiev. Todos son conscientes de la situación, hay consenso en profundizar y así se ha visto este jueves en Bruselas, pero como casi siempre en los temas comunitarios, los detalles están siendo lentos, farragosos y mucho más complicados de lo que la situación exige. Los líderes se conjuran y hablan de «intensificar», de compromisos, de «fórmulas innovadoras», pero el desarrollo todavía llevará tiempo y nada concreto va a salir de una legislatura que agota sus días.
La Unión Europea que hoy conocemos, hija de las Comunidades, del Tratado de Roma, de la CECA, es producto de un fracaso. Tras la Segunda Guerra Mundial, con las cenizas todavía calientes, los vecinos en proceso de reconciliación encontraron en el acero y el carbón, en la economía, la forma de empezar a tejar lazos. Pero en primer intento, que acabó naufragando, fue en realidad una especie de unión de la Defensa. Hoy, 75 años después, la amenaza rusa ha reavivado lo que llevaba lustros hibernando. Debates sobre un ejército común, sobre «economías de guerra», sobre la posibilidad de nombrar un comisario de industria militar. Y ha convencido a todos los socios, aunque con muy diferente compromiso e intensidad, sobre la urgencia, la indispensabilidad de avanzar. Ya no bastan brújulas estratégicas, como la aprobada hace justo dos años para dotar a la Unión de un plan de acción para reforzar la política de seguridad y defensa de aquí a 2030. Ya no bastante las aspiraciones a autonomías estratégicas abiertas. Gobiernos y alianzas hablan abiertamente de una posible intervención rusa en los próximos cinco o siete años, y ante eso el salto tiene que ser cuantitativo y cualitativo.
«Hace dos años cuando lanzamos la Brújula Estratégica dije que Europa estaba en peligro. Nadie prestó mucha atención. Ahora, todo el mundo está hablando de ello. Todo el mundo habla de seguridad y defensa, de un comisario de Defensa, de compras conjuntas, de industria. Hemos vivido en un desarme de Europa silencioso durante mucho tiempo. Poco a poco hemos perdido nuestra capacidad militar», dijo recientemente el alto representante para la Política Exterior y de Defensa de la UE, Josep Borrell, ante la plana mayor de la comunidad de seguridad mundial.
Los jefes de Estado y de Gobierno de los 27 han abordado este jueves la cuestión en la capital comunitaria en la penúltima cumbre antes de las elecciones europeas. Un Consejo Europeo centrado en cuestiones exteriores, en seguridad y defensa, en la situación en Oriente Próximo. Una cita ómnibus, sin grandes decisiones, discusiones o polémicas, y cuyo interés fundamental resida en el estado de ánimo, la retórica, el mensaje común. Las amenazas sobrevuelan y cada día hay una sirena de alarma. Socios que avisan de posibles ataques rusos, apuestas por la preparación civil y el manta que se repite: «Si queremos la paz, debemos prepararnos para la guerra», resume el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel.
Hay cierta ironía en que con este impulso sean los propios Tratados ponen límites muy claros a lo que puede o no hacer la UE en materia de Defensa y de que se hayan ido forzando los límites desde 2022. El primer precedente histórico se remonta al Tratado de Bruselas de 1948, que dio nacimiento a la Unión Occidental, precedente de la Unión Europea Occidental, la pionera alianza militar propiamente europea. La Comunidad Europea de Defensa, cuyo tratado fundacional fue firmado como la CECA en 1952, tuvo la intención de crear un escenario de integración militar definitiva, constituyendo un ejército europeo común e incluso soñando con la posibilidad de prescindir de los nacionales salvo para casos muy puntuales. La iniciativa tenía el respaldo entusiasta de dos los padres de la construcción europea, Jean Monnet y Robert Schuman, pero irónicamente también, murió a manos francesas. El sector duro del nacionalismo y del gaullismo lo tumbó en la Asamblea Nacional y eso marcó definitivamente la dirección de la lenta integración comunitaria. Se dieron pasos constantes, pero toda alusión a la integración en defensa salió de los documentos hasta la entrada en vigor del Tratado de Ámsterdam, en 1999.
Hoy, de nuevo, es Francia la que bendice, empuja y trata de liderar para una nueva Unión de la Defensa. Lo hace un Emmanuel Macron consciente de que la entereza de su legado europeo y europeísta se juega en ese terreno y el que organizó días después de la agresión de Putin una reunión extraordinaria en Versalles, cuya declaración arranca denunciando que «Rusia trajo de vuelta la guerra a Europa» y recalca que «ante el aumento de la inestabilidad, la competencia estratégica y las amenazas a la seguridad, hemos decidido asumir una mayor responsabilidad respecto de nuestra seguridad y adoptar nuevas medidas decisivas para construir nuestra soberanía europea, reducir nuestras dependencias y diseñar un nuevo modelo de crecimiento e inversión para 2030».
De ahí también que París tenga a peones en todos los puestos importantes de la materia en la Comisión Europea. De ahí que Macron lance a su comisario, Thierry Breton, como ariete para dejar clara la necesidad de una inversión sin precedentes: «Pasar a una economía de guerra es necesario tanto para poder abastecer a Ucrania con lo que necesita como para nosotros, para nuestra propia seguridad», repite desde hace un año el galo. Y de aquí a que el presidente que no hace tanto hablaba de la «muerte cerebral» de la OTAN esté poniendo sobre la mesa la posibilidad de enviar tropas europeas a Ucrania. No para combatir, al menos todavía, pero sí como instructores. Una línea roja impensable hace unos meses.
«La Unión Europea está comprometida a aumentar su preparación y capacidades generales de Defensa para satisfacer sus necesidades y ambiciones en el contexto de amenazas y desafíos de seguridad crecientes. Sobre la base de la Declaración de Versalles y la Brújula Estratégica, se compromete a reducir sus dependencias estratégicas y ampliar sus capacidades. La base tecnológica e industrial de defensa europea debe reforzarse en toda la Unión. Aumentar la preparación defensiva y mejorar la soberanía de la Unión requerirá esfuerzos adicionales», dicen las conclusiones de este Consejo Europeo, debatidas durante semanas por los diplomáticos.
Parte de la discusión, muy importante, es económica. Cómo financiarlo. Hay 14 países que quieren que el Banco Europeo de Inversiones se implique directamente, lo que disgusta a otros como España, que como principal beneficiaria de los préstamos de la institución ahora presidida por Nadia Calviño es más que reacia y se resiste no sólo a la idea, sino a toda la narrativa de economía de guerra. «Estamos dispuestos a estudiar flexibilidad del uso dual pero no vemos lo de meter inversiones en proyectos estrictamente de Defensa, porque hay riesgo de reducir la credibilidad y la capacidad de financiación del banco», dicen fuentes del Ejecutivo de Pedro Sánchez.
Hay otros, como el propio Michel, que abogan por eurobonos, pero los ortodoxos habituales se niegan de nuevo a cualquier cosa que suene a endeudamiento común. Creen que no es la mejor forma, que hay otras alternativas, que no todo se puede conseguir con más integración. Sus preocupaciones son otras, para desesperación de los partidarios del sur. Pero lo mismo ocurre desde el lado contrario. Los vecinos de Rusia, desde Polonia a los Bálticos, se tiran de los pelos cuando notan la pasividad o los argumentos de quienes están lejos del conflicto. «Nos preocupa más el cambio climático que una guerra mundial», dicen desde el Gobierno. Y con el peligro a las puertas, cuesta entender la retórica o la oportunidad.