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Si el poeta y dramaturgo alemán Johann Wolfgang von Goethe levantara la cabeza, pediría nueva casa y nuevo entierro. Nuevo funeral porque, según sus biógrafos, el rey de la literatura germana creía que había una conexión entre volumen cerebral e inteligencia y, por esa razón, pidió ser enterrado junto a otro genio, Schiller. Fue un deseo complicado pues Schiller había muerto mucho antes y, como yacía en una fosa común, nadie sabía cuáles eran sus restos. Simplemente, eligieron el cráneo más grande y hermoso, según el lema de que un pensador como Schiller debía tener la cabeza bien grande. La calavera elegida no fue enviada inmediatamente a una tumba individual, sino al escritorio de Goethe, que hasta escribió una balada sobre el cráneo titulada Bei Betrachtung von Schillers Schädel. Siglos después, los análisis genéticos demostraron que el cráneo en cuestión no era de Schiller. Goethe, pues, fue enterrado junto a la persona equivocada.
Pero puestos a dar saltos en los siglos, a Goethe le sorprendería menos la certeza científica de que se puede ser cabezón e imbécil, de que no hay conexión entre el tamaño del cerebro y la inteligencia. Solo hay que ver el estado ruinoso en el que se encuentra su casa-museo.
Tras la muerte de Goethe, la casa permaneció en manos de la familia. No fue hasta 1885 cuando pasó a ser de propiedad pública. Posteriormente, se abrió al público, en su mayoría culto y consagrado. No todo pudo conservarse tal y como estaba en el momento de la muerte de Goethe, pero su cámara mortuoria y su estudio, así como la biblioteca, siguen tal y como Goethe los dejó en marzo de 1832. No hubo grandes daños durante la turbulenta historia mundial del siglo XX, pero sí deterioro.
Hay planes de saneamiento en marcha. Las obras comenzarán en 2026 y durarán al menos tres años. Dicen las autoridades que por la complejidad de la tarea, pero lo cierto es que cuando se trata de obras, todo en este país es muy complejo.
Se calcula que la renovación costará unos 45 millones de euros, un dinero que tendría que fluir a lo largo de un periodo de algo menos de 10 años. El estado federado de Turingia, donde se encuentra la ciudad de Weimar, asumirá 17,5 millones, 10 millones procederán de fundaciones y donaciones y otros 17,5 millones, del presupuesto federal si, llegado el momento, el Bundestag le da luz verde y en eso es en lo que se escuda la responsable de Cultura de la coalición del canciller Olaf Scholz, Claudia Roth, del partido de Los Verdes, para no comprometer su apoyo.
Roth ha hecho saber que «naturalmente acogería con satisfacción que la Comisión de Presupuestos hiciera posible una subvención para la renovación de la Casa Goethe de Weimar. Sin embargo, la decisión al respecto corresponde a los miembros responsables del Bundestag alemán». La frase siguiente en su comunicado afirma que «la gran importancia que tiene para la Secretaría de Cultura la Klassik-Stiftung Weimar y la preservación de la memoria viva de la vida y obra de Goethe queda demostrada por la amplísima financiación federal ya aportada a la fundación». En lenguaje llano: ya estamos haciendo mucho y en cifras son 14 millones de euros anuales para los gastos corrientes de la fundación. Goethe está en manos de Fausto.