- Siria Viaje a la próxima guerra de Israel en Siria: «Somos gente de paz pero esta vez no ocurrirá como en 1967. Vamos a defender nuestras casas»
Los vehículos que circulaban por la autopista que une Tartus con Latakia, comenzaron a detenerse ante la presencia de hombres armados que les instaban a retomar el camino. Eran poco después de las 17:30 y la zona costera había comenzado a llenarse del mismo sonido que ha dominado la existencia de los sirios desde el 2011: explosiones y ráfagas de ametralladora.
«Son los antiguos seguidores del régimen, que han emboscado a varias patrullas de las fuerzas de seguridad», indicó un uniformado leal al Gobierno de Damasco, mientras se desplegaba a toda prisa en uno de los puentes de acceso a la ciudad de Jableh.
Repentinamente, la ciudad siria de casi 100.000 habitantes -conocida por su anfiteatro romano- se llenó de vehículos repletos de hombres armados, detonación de morteros, un helicóptero que disparaba cohetes en las inmediaciones, y una población que asistía atónita y confusa al repiqueteo de los disparos.
«No sabemos lo que está pasando. Ya somos demasiado pobres para enfrentar otra guerra«, afirmó Mahmud Mustafa a pocos metros de uno de los puentes que eran objetivo de los francotiradores.
Los residentes del centro de la metrópoli se arremolinaron en torno a la mezquita Al Hussein, vecina de la principal estación de policía, cuyos agentes se comenzaron a atrincherar en el edificio intuyendo que el avance de sus adversarios terminaría por desembocar en un ataque contra el edificio.
El imam del templo, Abdurrahman Hadada, puntualizó que ese tipo de agresiones ya había ocurrido en un par de ocasiones con anterioridad.
«Todo esto está pasando porque el Gobierno de Damasco ha sido demasiado tolerante con los remanentes del régimen. Ha permitido que todas esas aldeas (se referían a los villorrios alauitas del entorno) sigan con sus armas y ahora lo estamos pagando. Esa gente se dedicaba a secuestrar y traficar con drogas, y ahora no saben hacer otra cosa que poner en peligro la paz del país», declaró el religioso.
El caos que se había apoderado de Jableh se extendía a la ruta principal de la costa. Los vehículos que se veían obligados a regresar hacia Damasco podían encontrarse a intervalos con grupos armados difíciles de identificar, apostados en arcenes y puentes. La entrada de Banias estaba custodiada por hombres de civil equipados con Ak-47 y pocos metros más adelante por una agrupación de policías que apuntaba con sus armas a cuanto automóvil se aproximaba, sin saber muy bien si disparar o retenerse.
El absoluto desconcierto que se desencadenó el jueves en Jableh formaba parte de una acción coordinada de milicias afines al régimen depuesto de Bashar Asad que derivó en violentos combates y se extendió a poblaciones como Tartus, Latakia y las zonas rurales del entorno, y colocó a Siria una vez más al borde de la guerra civil.
Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, en los enfrentamientos han perecido al menos 204 personas, incluidos más de 16 miembros de las fuerzas de seguridad. La misma fuente, citada por la agencia Afp, dijo que son los «ataques más violentos contra las nuevas autoridades» desde la huida de Asad y el colapso del régimen el día 8 de diciembre.
El Observatorio confirmó asimismo que las fuerzas de seguridad «ejecutaron» a 52 alauíes en dos aldeas cercanas a Latakia, un trágico suceso que fue admitido de forma tácita por un representante de los agentes en declaraciones a la agencia oficial, Sana. Según este uniformado, fueron «atrocidades aisladas» cometidas por «multitudes desorganizadas que se dirigieron hacia la costa».
Un alto cargo de los uniformados leales a Damasco, Mustafa Kneifati, reconoció que se trataba de «un ataque bien planificado y premeditado» y que las «milicias de Asad han atacado nuestras posiciones y puestos de control». Los grupos armados opuestos al Gobierno de Ahmed al-Sharaa intentaron asaltar cuarteles de la policía y acuartelamientos del nuevo ejército. En Banias, las inmediaciones de una de las posiciones de la policía sufrieron el acoso de los alzados durante horas en una pugna donde ambos bandos no ahorraron munición ni explosivos.

Israel afianza su ocupación en el Líbano y Siria: «Ha sido pura venganza. Quieren echarnos»
Israel afianza su ocupación en el Líbano y Siria: «Ha sido pura venganza. Quieren echarnos»

La memoria del padre Paolo sigue viva en Siria: «Siempre quiso que este lugar fuese un ejemplo de coexistencia»
La memoria del padre Paolo sigue viva en Siria: «Siempre quiso que este lugar fuese un ejemplo de coexistencia»
Los sangrientos sucesos comenzaron con una emboscada a una patrulla de las fuerzas de seguridad en las cercanías de Jableh. Las redes sociales difundieron imágenes de los cadáveres de varios policías con claros disparos en la cabeza, tirados sobre el asfalto, y rodeados de auténticos charcos de sangre. «Todos han muerto en la emboscada. ¿Dónde están los refuerzos?», se escuchaba a uno de los presentes.
«¡Les habíamos ofrecido la paz!», gritaba otro de los presentes en referencia al proceso de reconciliación que apadrinó el ejecutivo de Damasco tras la huida de Asad en diciembre, cuando aceptó que los miembros del ejército derrotado entregaran las armas a cambio de no sufrir castigo alguno.
Entrada ya la noche del jueves, un sujeto que se identificó como Muqdad Fatiha, un antiguo miembro de los uniformados leales al antiguo régimen, difundió un vídeo en el que realizaba un llamamiento a la sublevación general en las regiones alauitas y decía que sus acólitos han decidido «liberar la costa de los terroristas de Jabhat Nusra (la antigua denominación del movimiento que lidera el actual jefe de estado, Sharaa). Los que quieran unirse, son bienvenidos».
La minoría alauí constituye un 10% de los 24 millones de sirios y se agrupa en la franja costera del país, en torno a ciudades como Tartús, Jableh, Banias y Latakia, aunque también disponen de una significativa presencia en áreas de Hama, Homs y en la capital, Damasco.
Otro antiguo oficial del ejército disuelto, el general Giath Suleiman Dala, emitió un documento en el que anunciaba la creación de un Consejo Militar para la Liberación de Siria donde decía que tras «meses de injusticia, violencia sectaria, saqueos, opresión y confiscación de tierras sirias por agresores externos», sus seguidores se disponen a «liberar todo el territorio sirio de los ocupantes y las fuerzas terroristas» y a «derrocar al régimen del HTS (Hayat Tahrir al Sham, el grupo de Sharaa).
Envío de refuerzos
El Gobierno central anunció el envío de numerosos refuerzos a la zona y decretó el toque de queda en Tartus y Latakia. Imágenes difundidas por las redes sociales del país permitían ver largos convoyes de vehículos repletos de hombres armados que se dirigían hacia la región costera. La televisión siria informó que Damasco ha movilizado los pocos blindados que mantiene en su poder y hasta algún helicóptero y avión, para intentar poner coto a los avances de los opositores.
Los seguidores de la nueva administración siria se congregaron por millares en localidades como Idlib, Alepo o la misma Damasco pidiendo la movilización general para aplastar la revuelta. Muchas de las mezquitas de esas poblaciones lanzaron llamamientos a la «yihad» (guerra santa) confirmando la grave escalada a la que asiste la nación árabe.
Un responsable de la seguridad de Jableh, Sajid al-Deek, intentó aplacar los ánimos afirmando que la ciudad sigue en manos de las autoridades de Damasco y consciente del tono sectario que está adquiriendo la confrontación precisó que «la secta alauí no tiene ninguna conexión con los hombres armados que abrieron fuego contra las fuerzas de seguridad. Queremos frenar la división sectaria».
Tras la conmoción inicial que siguió al colapso de la dictadura en diciembre, los choques armados en las regiones alauíes se han multiplicado en las últimas semanas, en medio de la inestabilidad creciente que se observa en el país, que enfrenta una acuciante crisis económica y además corre el riesgo de convertirse en víctima de las pugna geopolítica que ahora enfrenta a Turquía e Israel.
Para Samir Haidar, un miembro de la comunidad alauí de Banias y miembro del Partido Comunista -un «delito» que le llevó a pasar una década en las cárceles del clan Asad-, la espiral de violencia «es una catástrofe y abre una nueva fase en el conflicto sirio». «Es una explosión que está tomando un carácter sectario y que se verá azuzada por las disputas entre países como Israel, EEUU o Turquía. Israel quiere reproducir en Siria lo que hizo con Líbano en el siglo pasado (cuando la nación árabe fue devastada por una violenta conflagración entre comunidades religiosas).
Siria parece atrapada en un ciclo interminable de violencia, del que no ha podido desembarazarse ni con el final de la sangrienta dictadura que apadrinó el clan Asad durante décadas. El Gobierno de Sharaa no ha establecido un mecanismo claro que juzgue a los responsables de los incontables crímenes cometidos por el régimen. «Si no hay justicia, la gente buscará venganza», advertía en enero el sirio español Kinan Al Nahas de la Ossa.
Y esa interminable espiral, donde la sangre llama a la sangre, ya ha comenzado. Lo atestigua la masacre que sufrió Fahil el pasado 23 de enero. Según sus habitantes, la pequeña aldea, que tiene unos 18.000 habitantes de la comunidad alauí, fue asaltada esa jornada por casi un centenar de uniformados de la policía, que comenzaron a arrestar a ex miembros del ejército de Asad.
«Mi hermano Sleiman se alistó en el ejército porque somos pobres y no tenía otra manera de mantener a su familia. Tenía 5 hijos. Llegaron a la casa a las 9:30 y se lo llevaron a una gasolinera. Eran 16. Allí comenzaron a golpearles y se los empezaron a llevar de dos en dos. A nosotros nos confinaron en las casas. Recuperamos el cadáver el día 25», relata Hassan Brahim Hamid antes de verse obligado a interrumpir su narración y ponerse a llorar.
La presencia del periodista extranjero en Fahil ha generado un inusitado interés y la presencia de varios familiares de las víctimas de aquel suceso.
Vinas Assad, de 46 años, dice que su marido, el ex coronel Ali Taufiq, fue arrestado por un grupo que «le torturó tanto que no pude reconocer su cara. Lo identifiqué por un anillo y la marca de las gafas».
«Cuando se lo llevaba, agarrándole de los brazos y con otro que le apuntaba con su ametralladora, les supliqué en nombre de Dios y me dijeron: vosotros no sabéis quien es Dios. Les dije que Ali era ingeniero y que necesitaría a ese tipo de gente para la nueva Siria que pretenden construir. Se rieron», añade.
Los residentes de Fahil precisan que a las pocas horas, las redes sociales de la vecina urbe de Houla se llenaron de escritos en los que se leían mensajes como el que decía «esto es por la masacre de Houla». En mayo del 2012, los acólitos de Bashar Asad asesinaron a más de un centenar de personas en esa localidad. Los responsables no sufrieron castigo alguno.
A pocos metros de la mezquita Al Hussein, los viandantes pueden observar un muro donde se recogen los cientos de nombres de personas que murieron durante la revuelta popular contra el gobierno de Asad. Dos nombres figuran aparte: el ex futbolista y cantante de la revolución, Abdul Baset Sarout, y otro icono local de Jableh, Molhan Tarifi.
Los muros del templo musulmán también están decorados con fotos de los caídos en esos lúgubres años. Desde Abdul Munin Abdullatif Abed, al que describen como el primer «mártir» de Jableh, a Ammar Bilal, que muriró en la prisión de Sadnaya, según se lee en la pancarta.
«Sólo hemos incluido unos 400 nombres. Los que sabemos que están muertos. Pero hay muchos más de los que no sabemos nada», explicó Mohamed (no quiere dar su apellido), un joven ingeniero de la población.
A esas horas, poco antes de las siete de la tarde, el sirio todavía mantenía la esperanza de que los altercados se frenaran. «Cada vez que hay un incidente de este tipo, intervienen los representantes de las comunidades para negociar. ¿A quién beneficia una nueva guerra civil? A nadie», comentó. Una reflexión que parece que fue ignorada por los miles de combatientes empeñados en reproducir una era que se creía clausurada.