La fiesta de la democracia en Taiwan ha vuelto a demostrar que, a pesar de las presiones y amenazas del poderoso vecino comunista, las libertades son totalmente compatibles con tener una sociedad de habla mandarín.
Prometían ser unas elecciones reñidas, pero no ha habido ninguna sorpresa en el desenlace: el Partido Democrático Progresista (PDP), con una raíz de corte independentista, azote de Pekín y amigo de las grandes democracias liberales, ha vuelto a conquistar las urnas por tercera vez consecutiva.
Pero a diferencia de las dos anteriores legislaturas, su victoria llega con una nueva cara. Lai Ching-te, un médico de 64 años con una larga carrera en el Parlamento y en altos cargos del Gobierno, será el próximo presidente de Taiwan.
El hasta ahora vicepresidente coge el testigo de Tsai Ing-wen con un programa muy continuista: apostar fuerte por el rearme de Taiwan, reducir la dependencia económica de China y continuar estrechando lazos con Estados Unidos, que no reconoce a Taiwan como un estado independiente, pero mantiene un firme compromiso bipartidista para suministrarle armas.
Lai, al igual que hizo su predecesora, se ha valido de una campaña de miedo hacia la superpotencia asiática para revalidar para el PDP con más de cinco millones de votos (más del 40% del total) el poder en la isla autónoma que Pekín reclama como parte de su territorio.
«Hemos demostrado al mundo cuánto apreciamos nuestra democracia. Éste es nuestro compromiso inquebrantable», dijo Lai tras su victoria delante de más de 400 periodistas internacionales que acreditados para cubrir las elecciones. «Le estamos diciendo a la comunidad internacional que entre democracia y autoritarismo, estaremos del lado de la democracia», añadió.
Presentarse como el único capaz de contener la embestida autoritaria de China es un arma electoral que funciona en Taipei. A lo que hay que sumar la fuerza de un electorado mayoritariamente joven y fiel que está encandilado por los avances progresistas de su Gobierno en temas de igualdad, medio ambiente y LGBT.
Un par de horas después de que salieran los resultados de las elecciones, llegó la respuesta (más suave de lo esperado) por parte de Pekín mediante un comunicado firmado por Chen Binhua, portavoz de la Oficina de Asuntos de Taiwan, que citó la voluntad del Gobierno de Xi Jinping en «trabajar con partidos políticos, grupos y personas relevantes de diversos sectores en Taiwan» para impulsar la cooperación.
«Taiwan es el Taiwan de China. Las elecciones no alterarán la aspiración compartida de los compatriotas a ambos lados del estrecho de forjar mayores vínculos. Nuestra postura para lograr la reunificación nacional sigue siendo consistente y nuestra determinación es tan firme como una roca», dijo Chen.
En medio de todas las agitaciones que continúan sacudiendo al mundo en el arranque de este 2024, eran muchos los focos que estaban puestos en unas elecciones trascendentales que, además de guiar la relación entre Taipei y Pekín, marcarán el pulso entre China y EEUU durante los próximos años.
«El pueblo taiwanés tiene derecho a elegir su propio presidente», continuó el ganador. Más de 19 millones de electores entre los 23 millones de habitantes de la isla estaban convocados para escoger por mayoría simple a un nuevo presidente y a 113 legisladores para el Parlamento. Los taiwaneses tenían en su mano elegir entre otros cuatro años más del PDP en el poder o buscar un cambio de liderazgo que pudiera aliviar las peligrosas tensiones con China.
Lai dijo que está «decidido a salvaguardar a Taiwan de las continuas amenazas e intimidaciones de China» y que protegerá el status quo actual de la isla. «Mantener la paz y la estabilidad es una responsabilidad importante, por ello mi Gobierno utilizará el diálogo para reemplazar la confrontación», soltó en un tono más suave y conciliador que el que ha utilizado durante la campaña.
El PDP ha sacado casi un millón de votos más que el Kuomingtang (KMT), partido conservador que mantiene una línea mucho más cercana a Pekín. La victoria de Lai, calificado esta semana por altos funcionarios chinos como un político «peligroso», tumba cualquier avance pacífico hacia la ansiada «reunificación» que busca el Gobierno de Xi Jinping.
«A través de nuestras acciones, el pueblo taiwanés ha resistido con éxito los esfuerzos de fuerzas externas para influir en nuestras elecciones», subrayó el nuevo líder..
Lo más probable es que, en respuesta de los resultados de las elecciones, el ejército chino aumente la presión militar con las habituales incursiones de sus aviones de combate en la línea media -la frontera no oficial- que separa el estrecho.
La retórica beligerante en ambas partes ha disparado las preocupaciones globales -sobre todo tras el ataque de Rusia a Ucrania- de que el ejército chino pudiera atacar a Taiwan.
La posición siempre bronca del Gobierno taiwanés no ayudó a calmar las aguas. Eso hizo que la campaña electoral fuera más agria de lo habitual, con el candidato del KMT acusando al PDP de dejar al país al borde de la guerra con China, mientras que desde la formación gobernante acusan a la oposición de ser pro Pekín y de que su agenda -defender el diálogo con China y estrechar lazos- pone en peligro la soberanía y la seguridad de Taiwan.
«He elegido la opción menos mala»
El sábado por la mañana, se podían ver grandes multitudes de personas haciendo cola para votar en los colegios electorales de Taiwan. En Taipei, además de los institutos públicos, algunos templos budistas e iglesias también se convirtieron en centros de votación. En el centro de la capital una pareja se casaba en la iglesia de Zhongshan, de estilo gótico y construida por los japoneses en 1937, mientras que una sala contigua a la capilla decenas de personas entraban para depositar su voto en las urnas.
«Entre todas las opciones que hay, he elegido la menos mala, la del PDP, porque al menos tenemos la certeza de que continuará defendiendo la independencia de Taiwan frente a China», dice una joven diseñadora llamada Pai Dayuan. Tras el cierre de las urnas, comienza el «chang piao», el curioso proceso de recuento en el que se leen en voz alta los resultados de las mesas electorales y una persona va tomando nota, apuntando todo en carteles pegados sobre las pizarras de las aulas.
«Mis hijos y nietos han votado al KMT y al Partido Popular de Taiwan -TPP, la tercera formación más votada- porque creen que a la economía le viene bien un cambio. Pero yo viví el terror blanco -como se conoce al periodo de casi 40 años en el que la isla estuvo bajo una dictadura del KMT- y la única opción que veo para asegurar nuestra democracia es la que ofrece el PDP«, defiende la señora Tai, de 74 años, que ha participado en las ocho elecciones presidenciales totalmente libres celebradas en la isla.
Aunque Lai del PDP era el favorito en todas las encuestas, las elecciones de este enero eran las más inciertas desde los primeros comicios directos de la isla celebrados en 1996. Y lo cierto es que el partido gobernante nunca hubiera ganado si el KMT y el TPP hubieran incurrido juntos en las elecciones como intentaron en diciembre.
Pero la lucha de egos entre sus líderes para ver quién de los dos iba en la lista como candidato a la Presidencia, tumbó aquella oportunidad que hubiera dejado sin opciones en las urnas al partido de Lai, que cargaba con una gran desafección de una parte de sus votantes, quienes han visto cómo la vida en Taiwan se ha ido encareciendo en los últimos años mientras que sus salarios han seguido congelados. Ahora quedan por delante cuatro meses de transición hasta que Lai asuma oficialmente el cargo.
El maratón electoral que hay este año en todo el mundo arrancaba con mucha expectación en una plaza de gran relevancia geopolítica al encontrarse en medio de la nueva Guerra Fría que iniciaron los dos grandes titanes del tablero.
El destino de la isla autogobernada se ha convertido en una cuestión internacional y el PDP de Lai ha prometido hasta la saciedad luchar para no caer en las garras de Pekín. El camino a seguir será fortalecer la alianza con Washington, quien, consciente del creciente valor estratégico de la isla, utiliza a Taipei como a un peón para enrabietar a Pekín cuando se le antoja.