Actualizado
  • Latinoamérica El Gobierno de Ecuador afirma que con Noboa la media diaria de muertes violentas baja de 28 a seis
  • Narcotráfico 12 horas para la mayor destrucción de cocaína de la historia de Ecuador: 21 toneladas pulverizadas
  • Análisis Guerra y turismo en el Imperio Inca

A la cuarta fue la vencida. Por fin, y tras distintas maniobras dilatorias de la defensa, se instaló en el Complejo Judicial Norte de Quito la audiencia contra las seis personas acusadas de participar en el magnicidio del periodista de investigación Fernando Villavicencio, cuya muerte 10 días antes de las presidenciales del pasado agosto dio un giro trascendental al proceso electoral ecuatoriano.

Los abogados intentaron pedir la nulidad, pero la jueza (que presidió la vista de forma telemática por seguridad) declaró la validez de todo lo actuado. En la mira de todos estaba uno de los acusados, Carlos Edwin Angulo, a quien un jefe policial señaló en la comisión de investigación de la Asamblea Nacional como el «principal mentalizador» [autor intelectual] del atentado.

Angulo pertenece a Los Invisibles, una facción que forma parte de la banda de Los Lobos, una de las más poderosas del país y que aparece en la lista de 22 que fueron definidas como terroristas por el Gobierno al decretarse en enero el estado de conflicto interno. Los Lobos trabajan para el cartel mexicano Jalisco Nueva Generación, enfrentada al Cartel de Sinaloa, que cuenta en Ecuador con el respaldo de Los Choneros.

«Angulo es el eslabón en la cadena de los autores intelectuales, figura clave para saber quién le convierte en el intermediario que contrató a los sicarios», confirmó a EL MUNDO Verónica Sarauz, la viuda de Villavicencio. Papel destacado también se le otorga a Laura Castillo, considerada la jefe de los invisibles.

Según las conversaciones halladas en los teléfonos móviles de los asesinos, Angulo contrató a los sicarios desde la cárcel de Cotopaxi, donde cumple condena por tráfico de armas, y ordenó la ejecución del atentado al gatillero Jhojan Castillo (el sicario que efectuó los disparos), quien murió tras ser tiroteado tras el atentado.

«Fueron muchos disparos, aterrador. Algo que no puedo creer todavía contra un hombre tan valiente y tan justo, que sólo quería la verdad para este país», recordó Patricia Barragán, también herida durante el atentado, quien conversó con el candidato segundos antes de su muerte.

Villavicencio falleció por un solo disparo de nueve milímetros realizado por el sicario cuando ya estaba en el interior del auto. La bala rebotó y se desvió contra su cabeza. El entonces candidato presidencial sí contaba con un auto blindado, que hubiera evitado su muerte, pero ese día el chófer, un amigo de la familia, no había acudido a su trabajo.

La misma suerte corrió el resto de los sicarios contratados: seis acabaron estrangulados en una cárcel de Guayaquil y uno murió asesinado en un penal de Quito. Los sicarios fueron eliminados cuando habían informado al FBI que estaban dispuestos a colaborar en la investigación.

«Estas bandas dan seguridad a los grupos del narcotráfico y mi esposo investigaba los nexos de los puertos, por donde salen los cargamentos de drogas. Esas palabras (cuando dijo que su primera medida sería militarizar los puertos) le costaron la vida. También hay grupos políticos cuyos brazos de choque son estas bandas», adelantó a este periódico Verónica Sarauz, la viuda de Villavicencio.